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Valerio Magrelli: Ora Serrata Retinae

Valerio Magrelli

Ora Serrata Retinae

SELECCIÓN DE POEMAS

 

 

 

 

 

 

 

Mucho sustrae el sueño a la vida.

La obra impulsada al límite del día

resbala lenta en el silencio.

La mente sustrayéndose a sí misma

se recubre de párpados.

Y el sueño se ensancha en el sueño

como un segundo cuerpo intolerable.

 

 

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Admirable es la vida de las cosas.

Nada se filtra por sus gestos

impasibles, presagiados y elegidos

como única y constante idea.

Son sacerdotes absortos

que ocupan esta sala

para un misterioso capítulo.

 

 

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Antes de la última curva del día

cojo palabras para dormir con ellas:

por la tarde recobran

sus ropas pesadas y atentas.

Su paso es mesurado

y se engastan como ladrillos en línea

en la blanca cal de la página.

Es un muro que desciende de lo alto

el lento transcurrir del signo.

No hay ventana ni rendija

sino un precioso esmero

en la tupida unión.

Quisiera fuese una única figura

el brote que aún duro y cerrado

el jardinero desprende y se regala.

 

 

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Prefiero venir del silencio

para hablar. Preparar la palabra

con cuidado, para que llegue a su orilla

deslizándose como una barca, sigilosa,

mientras la estela del pensamiento

diseña su curva.

La escritura es una muerte serena:

el mundo iluminado se ensancha

y quema un ángulo suyo para siempre.

 

 

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Así se recorre la vida,

con el ansia del comensal

entre platos que no llegan.

Se come mucho pan y se bebe,

mucho se habla de fabulosos manjares,

universos de orégano, selvas

de inauditos sabores. Ya es tarde

y en el límite de la comida

en un desierto de migas de secretas formas

(y esto es un pie izquierdo, se ve),

la negra muerte árabe nos despide.

 

 

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Ser lápiz es secreta ambición.

Arder sobre el papel lentamente

y en el papel quedarse

en otra nueva forma sugerido.

Hacerse así de carne signo,

de instrumento fina

osamenta del pensar.

Pero no siempre se nos concede

este dulce

eclipse de la materia.

Hay quien desaparece sólo con su cuerpo:

su despedida es más dolorosa entonces.

 

 

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Mañana por la mañana me daré una ducha

nada es mas cierto que esto.

Un futuro de agua y de talco

donde no sucederá nada y nadie

llamará a esta puerta. El río

oblicuo correrá entre los vapores y yo

como un eremita me sentaré

bajo la lluvia tibia,

pero no atravesarán el espejo opaco

ni espejismo ni tentaciones.

Inmóvil y silencioso, recorrido

por infinitos arroyos,

estaré en la corriente

como un tronco o un caballo muerto,

y acabaré encallado en los pensamientos

a lo largo del delta solitario del espíritu

enredado como el sexo de una mujer.

 

 

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Diez poesías escritas en un mes

no es mucho aunque ésta

fuera la undécima.

Tampoco los temas son distintos

al contrario hay un solo tema

y tiene por tema el tema, como ahora.

Esto para decir cuánto

queda a este lado de la página

y llama y no puede entrar,

y no debe. La escritura

no es espejo, sino

vidrio esmerilado de las duchas,

donde el cuerpo se agrieta

y sólo se vislumbra su sombra

incierta pero real.

Y no se reconoce quien se lava

sino sólo su gesto.

Por eso, qué importa

ver detrás de la filigrana,

si yo soy el falsario

y sólo la filigrana es mi trabajo.

 

 

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La pluma no debería dejar nunca

la mano del que escribe.

Ya es un hueso suyo, un dedo.

Como un dedo rasca, aferra e indica.

Es una rama del pensamiento

y da sus frutos:

amparo y sombra ofrece.

 

 

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Yo habito mi cerebro

como un tranquilo propietario sus tierras.

Durante todo el día es mi trabajo

hacerlas fructificar,

mi fruto hacerlas trabajar.

Y antes de dormir

me asomo a mirarlas

con el pudor del hombre

por su imagen.

Mi cerebro habita en mí

como un tranquilo propietario sus tierras.

 

 

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En el llanto especialmente es

donde el alma manifiesta

su presencia

y por una secreta compresión

muda en agua el dolor.

La primera gemación del espíritu

está, pues, en la lágrima,

palabra transparente y lenta.

Según esta elemental alquimia

verdaderamente el pensamiento se hace sustancia

como una piedra o un brazo.

Y no hay alteración en el líquido,

sino sólo mineral

desconsuelo de la materia.

 

 

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El milagro del reposo se produce de nuevo,

la atenta postura de las piernas,

el cuidado de la fatiga que esparce

los miembros por tierra, en gestos sellados.

Es el teatro metafísico del lecho

que esconde absortos bajorrelieves:

un hombre corre y una mujer alza la mano

para saludar al que pasa por un sueño.

En las regiones de la noche se desanuda

la compleja mecánica del abandono.

Es una danza ritual que une

los límites del sueño, es el sueño mismo

donde la carne se hace idea.

Ahora la soledad del brazo

se hace palabra, en la línea

trazada a lo largo del lecho como un sendero.

Así se alterna la respiración de la vida

según un ritmo vegetal

y en el silencio de la mente

sus raíces de hueso cantan,

y en la oscuridad del ojo

la mano se hace pupila.

 

 

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Por este cielo de verano

pasan ya pocas nubes

restos de un temporal lejano.

La lenta caravana atraviesa

el espacio en silencio y se disuelve

sin tocar el arco del horizonte.

Ninguna forma colma ya

la enorme cuenca.

Cuando el aire era frío

estatuas inmensas reinaban

suspendidas sobre la tierra, y vagaban

como divinidades mudas,

y parían la sombra.

Toda la bóveda contaba historias

de dolor y de calma:

Los hombres esperaban la lluvia.

Ahora la página ha vuelto a ser clara,

y la luz ha desvaído

las últimas huellas de la noche.

 

 

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El cerebro es el corazón de las imágenes,

su horizonte la curva

rígida del occipital.

Y todo lo que vive

está en el espíritu. En su círculo

silencioso están el cielo,

los hombres y él mismo.

 

 

***********

 

 

Si llegara a faltarme a mí mismo

esto es lo que me turba.

Temo evaporarme poco a poco,

perderme en las rendijas del día

olvidando así mi pensamiento.

A veces me descubro en el silencio

de las cosas que me rodean,

objeto entre los objetos,

poblado de objetos.

Así el dolor es metamorfosis

y sus causas sin verse

se suceden mostrándose

por lo que no son.

Éste es el primer dolor.

Por eso las gafas deberían llevarse

entre el ojo y el cerebro,

porque está ahí, entre bosques

y plantaciones de nervios

el error de la mirada.

Aquí se extravía la vista

y en su ida hacia la mente

se corrompe y desaparece.

Como si al atravesar

pagase a cada paso

el peaje del cuerpo.

 

 

***********

 

 

El cuerpo es cerrado como una muralla,

es como un pozo inmerso en la carne

que no llega a tener

impresión de sí.

Y sus miembros están

mudos y ciega e inmóvil

en la pierna reposa la rodilla.

Pero en la cabeza se abre

el alba del mundo:

el hueso se ensancha, acoge

dentro de sí la mirada.

Dulcemente se realiza

el paciente trasvase del ver,

acueducto de claridad, ruta

que lleva al ser a sí mismo.

Y en el claro de la frente

el pórtico de la ceja tiene su luz.

 

 

***********

 

 

Tengo la mente cultivada

como una plantación.

Según la semilla

el suelo se colorea

y como en la lengua

cada zona tiene un sabor.

Mi pensamiento es una terraza

abierta a mí mismo.

O quizá es sólo la impresión

de los sentidos que confunde

como los dedos encabalgados

una cosa con dos.

 

 

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Antes se llevaban a la página

los sucesos del día, ahora sin embargo

se habla sólo de las palabras.

Como si en el trayecto

de la impresión al papel

se hubiera abierto un vértigo.

Así pasando

de una orilla a la otra

todas las mercancías se pierden

y el viajero

olvidándose del viaje

sólo sabe hablar del peligro corrido.

 

 

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No tengo un vaso de agua

en la cama:

tengo este cuaderno.

A veces anoto palabras en la oscuridad

y el día siguiente las encuentra

deformadas por la luz y mudas.

Son objetos nocturnos

puestos a secar,

que al sol se rajan

y estallan. Quedan trozos esparcidos,

pobres cerámicas del sueño

que colman la página.

Es el cementerio del pensamiento

que se recoge entre mis manos.

 

 

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Este cuaderno es mi escudo,

trinchera, periscopio, barbacana.

Miro hacia la luz desde un cuarto oscuro;

veo sin ser visto, vergonzosa ciencia del espía.

Suma que en cada línea crece,

milagro de los panes multiplicados,

libro mayor de ganancias y pérdidas

en el arco largo de los comercios humanos.

Superficie de carne donde araño

antes de coger el sueño, y que acaricio

como a un pie

después del caminar del día.

 

 

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También este cuaderno

está a punto de desaparecer,

la última página se desvanece,

se confunden las líneas en la oscuridad.

Quedo prisionero

mientras entre el cielo

del papel y yo

continuarán corriendo

las barras de la tinta.

Sólo sé escribir

de este interminable cautiverio

y escribiendo se hace más tupida

la trama de mi cárcel.

En esta hoja ingenuamente se imita

la muda segregación del espíritu.

 

 

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Se desliza la pluma

hacia la ingle de la página,

y en silencio se recoge la escritura.

Esta hoja tiene los confines geométricos

de un estado africano, donde dispongo

las hileras paralelas de las dunas.

Ya estoy dibujando

mientras cuento lo

que contando se perfila.

Es como si una nube

llegase a tener

forma de nube.

 

 

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Así el cuerpo no se pierde

en una variación infinita,

sino que conserva su forma devota

que no cambia y atraviesa

idéntica a sí misma

todas sus edades.

Y en el confuso encabalgarse del pensamiento,

en el doloroso desorden del tiempo,

en torno a su eje se cumplen

las estaciones de nuestra carne.

 

 

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Escribir ahora, de noche,

es el último gesto antes de sumergirme

en el cauce del sueño. Sólo el rostro

navega como una proa

sobre las mantas y cabecea

y es la última parte

de una nave que se hunde.

Con el gastado hilo del día

dibujo estas palabras

preparando mi resurrección.

Después, tendido en la urna de la sábana,

recogido como un penitente

descenderé al infierno del silencio.

 

 

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Se me ha encendido la cabeza,

es una antorcha

y arde y nutre

este humo sacrificial.

El rumor de las llamas

me tiene despierto.

 

 

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Ya las ideas se pierden

caen como hojas

y es difícil

retenerlas en el pensamiento.

Una muda cancelación

regula

su tarde vegetal.

 

 

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La muerte se deja ver a veces

si la sorprendemos en sus gestos más habituales.

El peine de un muerto

es su mano huérfana

cuyos dedos sutiles superaron

la vida peinándola.

Su celo por el ausente

es el don póstumo

preparado y nunca ofrecido.

 

 

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Sólo el tiempo escribe verdaderamente

usando como pluma nuestro cuerpo.

Por las calles, en los cines o en una cama

esta caligrafía se pierde

y es atroz la incuria

de los dioses y de los hombres.

Lo que llega al papel es sólo

el comentario residual de un poema

perennemente disperso.

Glosa frugal, calco de un relato

este es el índice último de los índices.

 

 

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Esta página es un cuarto deshabitado.

De vez en cuando traigo una silla rota

o un fajo de periódicos, y los abandono

en un rincón: nada más.

Lo que sobra se coloca aquí

y en la tregua del uso se deposita.

Es la última parada de los objetos

antes de salir del horizonte de la casa,

en la luz clara de su atardecer.

 

 

***********

 

 

Habría que hacer al final de cada libro

un plano. No un índice, más bien

una planimetría de sus partes,

describiendo los cimientos,

sus diversos accesos, las habitaciones,

los distribuidores y las zonas de servicio.

Habría que precisar también

su capacidad y sus costes, explicando

la cuantía del mantenimiento en el tiempo.

Desvelar así el esqueleto de la obra,

sus miembros ocultos

por el paramento de la página.

Sobre todo saber: ¿cuál

y cuánto el material

(madera, piedras, tuberías, cemento)?

 

 

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Existen libros que sirven

para desvelar otros libros,

pero escribir en general es esconder,

sustraerle a la realidad algo

cuya ausencia sentirá.

Esta mayéutica del signo

indicando las cosas con su dolor

enseña a reconocerlas.

 

 

***********

 

 

Este es el típico defecto del artesano

hablar del instrumento

mientras lo usa.

Se considera lo que se hace

y se termina por hacer

sólo lo que se considera.

El objeto que resulta

es un hijo que habla del padre,

o viceversa.

 

 

***********

 

 

Hay que reflexionar sobre las ideas

como si fueran quesos

y hacerlas bullir y hacerlas

fermentar.

Cuando la tapa

de mimbre se quite

el ojo de la crema

relucirá blanco.

Se vierte mucho suero alrededor,

agujas de pino se entrelazan

para filtrar y la leche

cae tronando al fondo de los cubos.

Es un trabajo nocturno éste,

deben ladrar los perros

y el aire hacerse frío

y cálido el requesón y claro.

 

 

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Tengo el cerebro poblado de mujeres.

Por alguna parte

debe de haberse desfondado el cráneo

y murmurando me brota en la cabeza

una fuente de amor.

Por esta región de sombra

camino como un peregrino

o como un monje.

Detrás de cada curva

se asoma un rostro silencioso

blanco como una lápida.

 

 

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Soy lo que falta

del mundo donde vivo,

al que entre todos

nunca encontraré.

Girando sobre mí mismo ahora coincido

con lo que me sustraen.

Soy mi eclipse

la contumacia y la melancolía

el objeto geométrico

del que tendré que prescindir para siempre.

 

 

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El estilo es la gracia

porque no nos pertenece.

Es el límite extremo

de toda expresión:

no hay sentimiento ulterior.

El espíritu pentecostal

flamea en la lengua

y guía su trayecto.

 

 

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No conozco

de lo que escribo,

más bien lo escribo

porque lo ignoro.

Es un acto delicado,

es el límite

que confunde la presa

con el cazador.

Aquí coinciden

el objeto que busco y la causa

de esta búsqueda.

Para mí la razón

de la escritura

es siempre escritura

de la razón.

 

 

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Mi cuerpo es un sistema

solar trazado

en la órbita de la sangre.

Constante y silenciosa la corriente

recorre la carne y la pule

y la hace dulce.

Pienso en el corazón,

capital del imperio,

mercado y encrucijada de los miembros.

Profundo, trasegado y mecánico

como una cabeza, inmóvil

en el arco del tórax.

 

 

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Si el cielo es la mano,

el mar la página,

la pluma llama y bautismo,

recorrido del rayo, sendero

que se pierde en el agua.

Luz vertical,

abscisa y fuego,

antorcha del horizonte.

 

 

 

 

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