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Natalie Goldberg: Sobre la escritura

Natalie Goldberg

SOBRE LA ESCRITURA

 

 

 

 

 

No somos el poema

 

El problema es que pensamos que existimos. Pensamos que nuestras palabras son permanentemente sólidas y que nos grabarán por siempre. Pero eso no es cierto. Escribimos en el momento. A veces cuando leo poemas a desconocidos en un recital, me doy cuenta de que ellos creen que esos poemas soy yo. Y no son yo, ni siquiera cuando hablo en primera persona. Esos poemas fueron mis pensamientos y mi mano y el espacio y las emociones en el tiempo que los escribí. Mírate a ti mismo. Cada minuto cambiamos. Es una gran oportunidad. En algún punto podemos salir de nuestra fría mismidad y nuestras ideas se tornan frescas. Eso es la escritura. En lugar de congelarnos, nos libera.

            La habilidad de asentar algo –de contar tus sentimientos acerca de un viejo esposo, un viejo zapato, o el recuerdo de un sándwich de queso en una mañana gris en Miami–, ese momento en que puedes realmente alinear cómo te sientes por dentro con las palabras que escribes; en ese momento eres libre porque no te encuentras luchando contra esas cosas dentro. Las has aceptado, te has vuelto uno solo con ellas. Tengo un poema titulado “Sin esperanzas”, es un poema largo. Yo siempre lo recuerdo con gozo porque, en mi habilidad de escribir sobre desesperación y vacío, me sentí de nuevo liberada y sin miedo. De cualquier forma, cuando lo leo, la gente comenta: “¡qué triste!” Trato de explicar, pero nadie escucha.

            Es importante recordar que nosotros no somos el poema. La gente siempre reaccionará de todos modos como ella quiera; y si tú escribes poesía, no debes reaccionar ante ello. Aunque ello esté bien. El poder se centra en el acto de escribir. Regresa a esta idea una y otra y otra vez. No te dejes capturar por la admiración de tus poemas. Es agradable. Pero entonces el público te hará leer siempre sus favoritos todo el tiempo hasta que te enfermes de esos poemas. Escribe buenos poemas y déjalos ir. Publícalos, léeselos y sigue escribiendo.

            Recuerdo a Galway Kinnel la ocasión que su maravilloso “Libro de las pesadillas” se presentó en público. Fue una noche de jueves en Ann Arbor. Yo nunca antes lo había oído y mucho menos pronunciado su nombre. Él hizo canto con esos poemas; eran nuevos y emocionantes para él y significaron un gran logro. Seis años más tarde, lo escuché leer de nuevo en el St. John’s en Santa Fe, Nuevo México. Él tenía tan leído ese libro en esos seis años que se enfermó de él. Corrió por entre los poemas, bajó el libro y dijo: “¿Dónde es la fiesta?” No había nada riesgoso para él de ahí en adelante. El aire ya no fue eléctrico.

            Es muy triste que te congeles con tus propios poemas, conseguir cierto reconocimiento por cierto conjunto de ellos. La verdadera vida está en la escritura, y no en la lectura de los mismos y los mismos durante años. Constantemente necesitamos nuevas astucias, visiones. No existimos en forma sólida. No hay verdad permanente que se pueda arrinconar en un poema que nos satisfaga por siempre. No te identifiques tan fuertemente con tu trabajo. Mantente fluido detrás de esas palabras en blanco y negro. Ellas no son tú. Fueron un gran momento en ti. Un momento en que estabas suficientemente despierto para arrojarlas y sepultarlas.

 

 

*****

 

 

La escritura como práctica

 

La mía es la escuela de la escritura como práctica. Como en el caso del correr, más se practica y mejor sale. A veces no nos apetece correr y cada paso de los cinco kilómetros nos cuesta un esfuerzo enorme, pero lo hacemos igualmente. El ejercicio
es algo que se hace de todos modos, tengamos ganas o no. No podemos esperar a que
 llegue la inspiración, que, de improviso, nos entren unas enormes ganas de correr. Nunca sucederá, sobre todo si estamos en baja forma y hemos evitado correr. Per o, si se corre regularmente, se adiestra la mente a superar de un brinco las resistencias, o a ignorarlas. Se hace, y punto. Y, precisamente a mitad de la carrera, (les cubrimos de repente que nos gusta muchísimo). Cuando llegamos al final, nos cuesta dejarlo. Nos detenemos, y estamos impacientes por empezar de nuevo.


También la escritura es así. Una vez hemos entrado dentro de ella, nos preguntamos qué es lo que nos había frenado tanto tiempo a sentarnos, de una vez, a la mesa de escribir. Con el ejercicio se logra, efectivamente, mejorar. Aprendemos a darle mayor confianza a nuestra propia interioridad, y a no hacerle caso a la voz que quisiera no escribir. Lo extraño es que nadie pondría en duda lo oportuno de que un equipo de balompié se entrene horas y horas cada día para el partido del domingo, en cambio al escribir, es difícil que nos concedamos espacio para entrenar.


Cuando escribimos, no hemos de decirnos: Ahora escribiré una poesía. Esta postura conseguirá el efecto inmediato de paralizarnos completamente. Hay que sentarse a la mesa limitando al máximo las expectativas respecto a uno mismo: “Soy libre para escribir las peores porquerías del mundo”. Hay que otorgarse espacio para escribir mucho, pero sin una dirección determinada. He tenido estudiantes que decían haber tomado la decisión de escribir la novela más grande de todos los tiempo s y, desde aquel día, ya no habían escrito una línea. Si cada vez que tomamos la pluma en la mano esperamos maravillas, lo que se llegue a escribir siempre resultará un
a gran desilusión. Además, tamaña expectativa resulta, por sí misma, un formidable impedimento para escribir.


Mi regla es llenar un cuaderno al mes. Personalmente, para escribir, me estoy imponiendo continuamente reglas de este tipo. Simplemente, llenarlo. El ejercicio
consiste en esto. Mi ideal sería escribir cada día. Cuidado, el ideal. Si no lo consigo, tengo mucho cuidado en no juzgarme negativamente o dejarme invadir por la ansiedad. Nadie vive a la altura de sus propios ideales.


En mis libretas, no me preocupo de quedarme dentro de los márgenes o encima de la
raya. Lleno la hoja de arriba abajo. Ya no tengo que escribir para un profesor o para la escuela. Escribo, sobre todo, para mí misma y no estoy obligada a quedarme
 dentro de los límites, los míos o los de la página. Esto me permite gozar de una gran libertad psicológica. Y cuando estoy ahí escribiendo y noto que algo bulle en la olla, normalmente dejo correr totalmente la ortografía, la puntuación, etc. Me he dad
o cuenta de que mi grafía también cambia. Se vuelve más grande y más suelta.


A menudo, al ver escribir a mis estudiantes, consigo entender quién de ellos, en un determinado momento, está realmente absorto y presente en lo que escribe. La persona está involucrada más intensamente y el cuerpo se encuentra suelto y relajado. Esto, también, es similar al correr. Cuando se corre bien, las resistencias son mínimas. Todo en nosotros está en movimiento; no hay un yo separado del que corre. Al escribir, cuando estamos realmente absortos, ya no existe el que escribe, el papel, la pluma, los pensamientos. Sólo existe la escritura que se crea a sí misma; todo lo demás ha desaparecido.


Uno de los principales objetivos de la práctica de la escritura es el aprender a d arle confianza a la propia mente y al propio cuerpo, volvernos pacientes y no se
r agresivos. El Arte es algo que reside en el Gran Mundo. Una poesía, un cuento, no importa la forma. Lo que importa es el proceso de la escritura y de la vida. Demasiados escritores han escrito grandes libros para luego enloquecer, alcoholizarse o suicidarse. En este proceso, en cambio, se pretende enseñar y
permitir el equilibrio interior. Y nosotros intentamos alcanzar este equilibrio junto con nuestras poesías y nuestros cuentos.

Chogyam Trungpa, Rinpoche, un maestro budista tibetano, dijo: Tenemos que seguir abriéndonos, incluso en la más terrible oposición. Nadie nos alentará nunca a abrirnos, sin embargo debemos seguir mondando las capas que recubren nuestro corazón. Lo mismo vale para este modo de práctica de la escritura. Tenemos que seguir abriéndonos
y dando confianza a nuestra voz y a nuestra evolución personal. Por último, si esta evolución se desarrolla bien, los resultados también serán buenos. O sea, conseguiremos escribir bien.


Una amiga me dijo una vez que cuando tiene un buen dibujo en blanco y negro para colorear, antes de hacerlo, para no liarse, se entrena siempre con algún otro dibujo que no le Importa. También este tipo de práctica de la escritura es una base de calentamiento para cualquier otra cosa que se tenga la intención de escribir. Es la base, el modo más esencial y positivo de escribir. Si aprendemos a tener confianza en la limpia voz, esta confianza puede luego aplicarse a una carta comercial, a una novela, a una tesis de licenciatura, a una comedia o a una autobiografía. Pero es algo a lo que siempre se puede retornar, para luego volver a salir. No podemos pensar: Ya está! Ahora sé escribir. Tengo confianza en mi propia voz. Escribiré la novela más grande de todos los tiempos. Si uno quiere empezar a escribir una no vela, muy bien!, pero ésta no es razón para dejar de practicar. La práctica es la que nos mantiene en sintonía con la escritura, como en el caso de la bailarina que se calienta antes de salir al escenario, o el corredor de fondo que se estira antes de la carrera. El corredor de fondo no se dice a sí mismo: Como ayer corrí, ahora y a estoy suelto. Cada día hace sus buenos ejercicios de calentamiento y de estiramiento de la musculatura.


La práctica de la escritura abarca toda nuestra existencia y no requiere de alguna estructura lógica: no hay un capítulo 19 en el cual se tenga que retomar la acción interrumpida en el capítulo 18. Es un lugar en el cual podemos abandonarnos a las evoluciones más desenfrenadas, mezclando la sopa de la abuela con el espectáculo sorprendente de las nubes que vemos a través de la ventana. No tiene ninguna dirección, y concierne a todo nuestro ser en el momento que estamos viviendo. Pensad en la práctica de la escritura como en un abrazo afectuoso al cual podemos abandonarnos d
e la forma más ilógica e incoherente. Es nuestro bosque salvaje donde vamos a recoge r energías antes de podar el jardín; antes de escribir nuestros libros y nuestras gr andes novelas. Es un adiestramiento continuo.
Ahora ir a sentaos a la mesa de escribir. Regaladme este momento. Escribid cualquier cosa que os atraviese el cuerpo y la mente en este preciso instante. Podríais empezar con en este momento, y de repente encontraos escribiendo acerca de la gardenia que llevabais en el pelo el día de vuestro matrimonio, hace siete años. Está bien así. No intentéis controlar lo que escribes. Sintonizaos con todo lo que sale y mantened la mano en movimiento.

 

 

*****

 

Haciendo la composta

 

Hace falta algo de tiempo para que la experiencia vivida consiga penetrar la consciencia. Por ejemplo, es difícil describir lo que sentimos al enamorarnos cuando estamos sumergidos en una arrolladora historia de amor. No tenemos el sentido de la perspectiva. Todo lo que se puede decir es: Estoy locamente enamorada, y seguir repitiéndolo. También es difícil escribir sobre una ciudad a la que acabamos de mu darnos; todavía no nos ha calado. Aún no conocemos nuestra nueva casa, aunque consigamos llegar en coche hasta el supermercado sin perdernos. Todavía no hemos pasado
allí tres inviernos, y no hemos visto a los gansos irse en otoño para volver a los lagos en primavera. Hemingway escribió sobre Michigan sentado en la mesa de un café de París. Quizás lejos de París hubiese podido escribir sobre París, del mismo modo como en París pude escribir sobre Michigan. No sabía que era prematuro hacerlo, puesto que aún no conocía suficientemente bien París.


Nuestros sentidos, por sí mismos, son mudos. Ellos absorben la experiencia pero ésta , para poder mostrarse en toda su riqueza, tiene que pasar previamente la criba de la consciencia y del cuerpo. Yo llamo a este proceso hacer la composta. Nuestro
 cuerpo es como un cúmulo de basura, nosotros acumulamos la experiencia y, de la descomposición de las cáscaras de huevo, hojas de espinacas, posos de café y huesos de bistec mentales, nacen nitrógeno, calor y tierra fertilísima. En esta tierra fértil florecen, entonces, poesías y cuentos. Pero esto no sucede todo a la vez. Se necesita
 tiempo. Hay que dar la vuelta continuamente a los detalles orgánicos de la vida
, hasta que algunos de ellos atraviesan la capa de la basura del pensamiento discursivo para caer encima del sólido substrato de la tierra negra.

Cuando tengo un discípulo que ha escrito muchas páginas y las lee en clase, y no todo lo que ha escrito es necesariamente bueno pero veo que está explorando su propiamente a la búsqueda de material, me siento feliz. Sé, en efecto, que esta persona seguirá adelante, pues no está obsesionada con la idea de escribir algo fuerte, sino
que está siguiendo el proceso de la práctica. Está rastrillando su propia mente, está re cogiendo sus propios pensamientos, aunque todavía sean poco profundos, y les está dando la vuelta. Si seguimos trabajando con este material bruto, cada vez nos llevará más a fondo dentro de nosotros mismos, pero no de una forma neurótica. Empezaremos
, en efecto, a vislumbrar el lozano jardín que está en nosotros y empezaremos a utilizarlo para escribir.

A menudo tengo que hacer varias tentativas antes de centrar lo que me gustaría decir. Por ejemplo, hojeando mis libretas desde agosto de 1983 hasta diciembre del
mismo año, se puede advertir que intento muchas veces escribir sobre la muerte de
mi padre. En otras palabras, estoy explorando y haciendo composta con el material
. Luego, de improviso, y no me preguntéis cómo, en diciembre me encontraba en el Croissant Express de Minneapolis, cuando me quedé como petrificada y escribí de golpe una larga poesía sobre el argumento. Las distintas cosas que tenía que decir se fusionaron, de repente, en un todo único lleno de vitalidad, como un tulipán rojo flamante encima del montón de composta. Katagiri Roshi decía: Tu pequeña voluntad no puede hacer nada. Es necesaria una Gran Determinación. Gran Determinación no significa que se
a suficiente con esforzarse. Significa que el universo entero está dentro de ti y contigo: los pájaros, los árboles, el cielo, la luna y las diez direcciones. De repente, tras un largo período de maduración, nos encontramos aliados con las estrellas, con el momento o con la lámpara del comedor que hay encima de nuestra cabeza, y nuestro cuerpo se abre y habla.

Comprender este proceso ayuda a cultivar la virtud de la paciencia y a crear menos ansiedad. No está en nosotros administrarlo todo, ni siquiera las cosas que escribimos. Al mismo tiempo, debemos seguir practicando. No es una excusa para no escribir y quedarse sentado en el sofá comiendo bombones. Tenemos que seguir trabajando con el montón de composta, enriqueciéndolo y haciéndolo fértil, para que pueda brotar algo hermoso y de este modo poder estar en perfecta forma para cabalgar el universo cuando él nos atraviese.

Si entendemos esto, también podremos aceptar el éxito de los demás y no estar ansiosos . Si alguna otra persona tiene éxito, quiere decir que le ha llegado su momento. El nuestro llegará en el curso de esta vida, o de la próxima. No importa. Continuad practicando.

 

 

 

 

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